lunes, diciembre 31, 2007

autobiografía de los jesusitos: jesusito 3

El ascensor panorámico está a punto de cerrarse. El panorama se lo ha tragado la ballena. Como en un gran estómago, las paredes del gran patio interior del hotel están cubiertas de enredaderas que caen por las balconadas. No puedo dejar de pensar que la vegetación que invade el artificio de lo urbano aparece como imagen recurrente en mis últimos escritos. Pensando en ello, “zizekando “superficialmente, el paisaje cinematográfico es el de una Metrópoli asolada en un tiempo futuro, las calles desiertas, la naturaleza devorando el cemento. Largas avenidas sin almas. Apresuradamente he conseguido alcanzar el ascensor antes de que las puertas se cierren. Dentro dos hombres de rasgos árabes me saludan cortésmente. Uno de ellos vuelve el rostro al salir y me clava su mirada de pozo ciego. Hace frío en la calle, protejo mi cuello con un pañuelo, hoy me puse el palestino. No para de llover, pero eso no me importa, paseo por la calle de los tristes y de allí me dirijo a la albacería. Han techado los callejones con plásticos para proteger la mercancía de la lluvia. Busco en el hormiguero algún gesto que delate alguna encubierta hostilidad en el día en que se celebra la toma de Granada. Seguramente miro al lugar equivocado. En la plaza del ayuntamiento todo estaba preparado y el pequeño grupo de skin junto a los furgones de la policía llevaron mi imaginación demasiado lejos. Lejos dos veranos atrás en Berlín, después fuimos a Cracovia y de allí al campo de concentración. Me costó decidirme, saber si era éticamente visitable, y ahora, detenida en el centro de la corrala del carbón, antigua hospedería de comerciantes, maravillada con la quietud de un lugar antaño tan bullicioso, repaso este sentimiento. Sí hay lugares donde se desvanece el nombre propio y el silencio llama sólo a todo lo que de común hay en nuestra humanidad. Lo más sobrecogedor de estos espacios de la historia es hallarlos vacios, porque los que por allí transitamos el turismo del tiempo y el hombre somos fantasmas reales, los espíritus del futuro visitable. Y por eso la hierba se lo come todo, y por eso no nos vemos cuando nos cruzamos, y por eso caen como piedras decadentes las cuentas del rosario en las puertas mecánicas a punto de abrirse o de cerrarse, las miradas inexplicablemente furtivas, los paseos por las calles que se empeñan en llamarse recordatorio, y por eso en descenso agolpado en la calle de las teterias me asalta la visita del mercado de artesanos en la plaza de Cracovia. Y de entre todas las cosas manufacturadas que allí se exponían compré una talla de madera policromada sin anatomía de colonia clásica , un faraón sedente sacado de quicio, un Dante a las puertas del infierno, un Jesusito crecido y venido a menos, un Jesusito inmóvil calibrando el destrozo. Y por eso cuando lo miro me asaltan los mercados y las hordas humanas por las pendientes, y los manifestantes y los nombres de las calles, y la vegetación tragándoselo todo, y el gran estómago del mundo vacío de almas, y la lluvia, y los patios y claustros que se miran en peonza, y los campos de concentración visitables,…y por eso las preguntas que vienen del futuro.

sábado, diciembre 29, 2007

autobiografía de los jesusitos: jesusito 2


Americo nos recogió en el aeropuerto y nos llevó en su flamante merced negra hasta el apartamento en el centro de Roma. Américo nos recogió en el apartamento y nos llevó en su flamante merced negra hasta el aeropuerto de Roma.
Pasear el frío de una ciudad tan hermosa. La cuestión se dobla al preguntarme por qué no quise ver pintura. Por qué no quise entrar en museo alguno. Por qué sólo quería calle. La loba y sus dobles hijos. Las iglesias abiertas en navidad como fondos de la travesía. Santa Cecilia y la cabeza perdida, andaba yo también sin ella. El cuerpo por un lado y el rostro siempre girado. Me faltaba fe para ver en los lienzos, a punta de polvo, sangre y oro acumulados. Lienzos sin pasajes ni fríos. Lienzos protegidos de la opinión de la vida y la intemperie. No quise verlos y ya. Santa Cecilia no se me iba de la cabeza. Caminamos sin descanso hasta no saber dónde teníamos los pies. Tendida Santa Cecilia su imagen y su edificio en pie. Podría decirse que todo fue un rompecabezas andado al revuelo de pies sin rumbo.
Sí entré en los portales, ese lugar fronterizo entre lo público y lo privado. Lugar aun calle y suceso de viandantes. Micro selvas urbanitas y misteriosas. Apoyando una maceta te puede aparecer una piedra enciclopédica que ha perdido la veneración que le concedería ser muestra y púlpito de la historia, y allí, perdidas a los ojos de la taquilla, sólo sujetan una enredadera. Solo quise ver eso. Y la fuente que saltaba detrás, con la solemnidad de quien pasa la tarde, todas las tardes, en el punto que nunca es de mira.
Pasó también el tiempo de la verdad, pero yo no me brindé aposentar mi mano en la piedra, sabiendo quedaría allí atrapada, por mentirosa, la piedra.
Y en uno de los muchos fondos de saco cruzados lo vi. Duplicados a cientos los jesusitos en la cestilla de mimbre. Vendidos y rebajados a cincuenta céntimos de euro. La loba ha parido, pensé, y no puede alimentar a toda la camada. Todos esos jesusitos de brazos abiertos comerciados en el templo y en autoservicio. Cogí uno y deposité el precio justo en la hucha. Pesaba poco y tenía los rasgos de lo general. La inocencia con que fueron allí depositados, la fabulosa y sacrílega imagen.
Calles y frío en Roma.
Américo espejó su cometido. Podría parecer ahora que no pasó, pero al meter el vaquero en la lavadora descubrí un Jesusito que me recibía con los plásticos brazos
abiertos.

viernes, diciembre 28, 2007

autobiografía de los jesusitos: jesusito 1


No es demasiado práctico combinar la fascinación por los personajes famosos con una dotes nulas como fisonomista. Por eso, cuando aquel soleado día creí ver en un anticuario de juguetes en el rastro de Madrid al hijo menor de la Duquesa de Alba, sólo pensé que se parecía y que podría ser. La tienda era un vergel de juguetes antiguos, crecían como madreselvas por paredes y techos. Entonces los vi. En un rinconcito dentro de una vitrina estaban. Los padres de la familia feliz. Llegaron una navidad de 1973 a casa de la abuela. En mi carta lo expresé claramente, quiero la familia feliz y, repito, y, la casa de la familia feliz. Aquel paquete era de unas dimensiones que no encajaban con el tamaño de una casa, por muy de muñecas que fuera. No había casa, no había domicilio, no había hogar para aquella mal nombrada familia feliz. Tuve que conformarme con pasearlos en el jeep de geiperman de mi hermano, que muy amablemente nos cedía, siempre y cuando fuéramos al lugar por él elegido, por descontado, a la aventura por él elucubrada. Y así debieron pasar sus breves días, pues uno de aquellos infechados los padres dejaron de existir, aun antes de haberles sido concedido un nombre.
Yo tengo al hijo de la familia, le dije a la dependienta, mientras miraba entusiasmada a los padres setenteros tras el cristal.
Sí, creo que tenían también una hermanita, me contestó.
¿Seguro? A esa no la recuerdo. (Con qué impunidad trabaja la amnesia).
Al hijo sí le di nombre, dulce, lo llamé y por algún capricho o degeneración en su pronunciación acabé nombrándole “urce”, así es como lo conocían todos. Los fetiches, los amuletos, han de ser transportables. El mío lo era, y quizá por ello no fue difícil contando con mi innata predisposición a la creación de ídolos, que aquel muñeco terminara siendo un pequeño plástico adorable. Dormía con él, con él me bañaba, con él comía y, o bien en el bolsillo del abrigo o en el fondo de la cartera, me acompañaba allí dónde yo fuera. En algún momento de infantil confusión decidí que aquel muñeco era una especie de reencarnación objetivada de dios, un pequeño dios niño que me cuidaba, un Jesusito protector. No me resultó difícil vender a los demás una versión edulcorada de mi invención. En un gesto humilde sin precedentes en mi persona no me presenté como la elegida de tan importante acompañante, sino como la poseedora de un muñeco de la suerte. Pedidle un deseo y os será concedido. Era curioso ver como ciegamente los niños del barrio se lo pedían, por si acaso…
Hasta en tres ocasiones lo perdí, y en las tres conseguí recuperarlo. La última fue hace unos años, pues decidí dárselo en herencia a mi hija. Ella en su carrito no debió entender el valor de tan preciado juguete y lo dejó caer en algún lugar en la calle. Volviendo sobre mis pasos, y de nuevo, por tercera vez, milagrosamente logré recuperarlo. Desheredada y postergada la herencia volví a guardarlo en un cajón.
Dudé mucho, tal vez lo que me parecieron minutos, en aquella fabulosa tienda de antigüedades, sobre si comprar o no a los padres de aquella perdida familia feliz. Finalmente resolví que no, que mi voluntad era que quedara huérfano
.

jueves, diciembre 27, 2007

Perchas humanas en descenso. Ni nombres ni claves en la pendiente. Identidad coleccionada al abrigo de lo idéntico. Una señal acústica , no es a mí a quien llaman, sino a mi carcasa. Cada libro que leo me vacía un poco más. De seguir así moriré hueca. He corrido al coche a esconderme de la gente. Un frío negro lo rodea. Mis ojos se han apostado en el cristal. Yo me he ido . Sin avisar me voy, allí los dejo solos, inútiles ojos sin dueña. A un metro pueden ver un gran muro de nieve y justo detrás de este, nada. Una espesa niebla lo cerca todo. No sabría calcular cuánto tiempo estuve fuera de mis orbitas pero al regresar comprobé admirada que donde había un denso y mudo aire blanco ahora se levantaban unos árboles nítidos y cubiertos de detalles . Decidí quedarme y hacer guardia con mis ojos para poder ver aquel prodigio. El acto de la aparición. Puedo decir que la niebla habita un tiempo que no es humano. Puedo decir que canción, tras canción , el mundo desaparecía y aparecia en mi presencia sin que yo pudiera atrapar el instante preciso en que las cosas ocurren. Escuché la música para medir. Nada Todo Nada Todo… Pero el umbral entre uno y otro no me fue desvelado. Desde mi bunker pedí ayuda al exterior. Llamé a las carcasas de los otros . Nadie contestó. Quizá estuvieran también atrapados en un espectáculo de escapismo parecido. Los ojos apostados en el cristal. La niebla asolando al mundo. Lo real burlando nuestra vigilancia. Las palabras cosidas al papel, aguardando en la mochila el asalto .

sábado, diciembre 22, 2007

; )

feliz navidad, hereje

martes, diciembre 18, 2007

a fé mía

Se creía el fonendoscopio de su escritura. Si detectaba un sonido extraño se paraba y no retomaba la tarea en semanas. Días y noches que ocupaba en las más extravagantes tareas. Colocaba alineadas sobre una mesa unas Venus de escayola, aparentemente idénticas, sacadas de la fábrica de un mismo molde, las nombraba y las observaba detenidamente, haciendo abusar al ojo del parecido hasta ver sólo una. Después las estrellaba contra el suelo y recogía al azar uno de los pedazos al que llamaba con todos los nombres bautizados cuidadosamente en la serie. Corría a comprar cintas que reproducían el canto de jilgueros, pardillos y verderones y las cortaba y volvía a pegar mezclando los cantos, y cuando el ruido creado le parecía que estaba terminado anudaba un cimbel al orificio de la cinta. Toda la casa estaba invadida por los más incongruentes objetos fruto de esos días de silencio. Cualquier visita foránea a aquel mundo no habría acertado adivinar la procedencia de todas aquellas mutilaciones y dislocadas prótesis. Forró las ventanas con hojas de arce y estudió cuidadosamente su descomposición. Miraba cómo se iba el verde y venían los marrones y los negros. Veía cómo la ventana volvía a ser ventana. Al cabo de un tiempo se sentaba frente al escritorio frente a sus manuscritos y con las manos debajo de la mesa cosiendo los dedos, releía el documento para ver si aquel sonido animal se había ido. Normalmente se levantaba abatido para regresar a las cosas.
Cuando entró no dejó títere con cabeza. De manera indiscriminada y firme arrambló con todo. En grandes bolsas azules de basura perfumada fueron barridos todos y cada uno de sus procesos mentales. Su cabeza quedó más limpia que la patena después de aquella sorpresiva invasión. Nada preparado para la resistencia. Ni una palabra. Todo quedó en una masa. El aire que entraba por las puertas y ventanas que habían sido abiertas eliminó toda huella que pudiera levantar la imaginería de un álbum de fotos de otra familia.
Se creía la veleta de su escritura. Y en los días sin viento se paraba. El tiempo se apoderaba de lo que se creía. Y era entonces cuando comenzaban a aparecer aquellas cosas en los cajones, sobre los estantes, en todos los rincones, diminutas religiones en forma de esquirlas de Venus o cantos troquelados de jilguero. Cosas con las que tropezar, cosas con las que encontrarse y reencontrarse. Fue un alivio que ella entrara y vaciara. Un alivio que las cosas desaparecieran sin elegirlas. Un alivio que otro hiciera el trabajo sucio. Se limitó a pegarse a la pared.
Ella se acercó al escritorio donde yacían sus textos, únicos supervivientes de aquel naufragio en tierra. Llevó su mirada del papel signado a los ojos de aquel doble tabique omnívoro y esbozó la más irónica de las sonrisas.

sábado, diciembre 15, 2007

18:44:46

La ví por primera vez en medio de la plaza, la cabeza erguida sobre las luces de neón, los brazos caídos, cualquiera al verla así habría pensado que estaba perdida. Ningún detalle en el que se pudiera intuir que esperaba. Ni un giro rápido a la muñeca buscando las razones de la tardanza. Ningún disimulo en su esfinge para espantar la extrañeza provocada en los transeúntes que la esquivaban al cruzar. Ni un solo movimiento que arrancara desde fuera la sensación de que en cualquier momento echaría a andar y partiría alejándose por las callejuelas. Allí estaba por primera vez como si hubiera estado siempre.
Si hubiera llovido , sus ropas rocosas , su cara de niña desteñida , su pelo lamido por el agua que sobre ella se cebaría en torrente, habría dejado fugar en nuestra expectación el apelativo de loca. Loca de atar.
Si por el contrario un calor sofocante hubiera caído esa tarde con la lentitud de quien todo alcanza , su cuerpo parecería un frágil terrón de arena a punto de desmembrarse, sus ojos se verían ciegos y al mirarla desearíamos que en esa misma huella que ocupaba su planta heroica se construyera una fuente. En memoria de la sed que nos provoca mirar. La mirada como escaparate sin escapatoria. Sin duda una chiflada.
Pararse en un clima extremo no parece lógico. Lo razonable es buscar refugio y que el agua y el fuego te encuentren huyendo. Pararse puede ser una provocación a las leyes que rigen la naturaleza, un acto subversivo. Un gesto chulesco. Por eso cuando la vi por primera vez en medio de la plaza pensé que era una orquesta tocando el día del juicio final. De su figura vertical brotaban trombones, flautas y violines. Su cuerpo entero era un tallo de cuerdas y vientos. Como una silla de yemas insurgentes en el trópico intentando echar raíces. Mientras los ciudadanos hormigueábamos sobre el asfalto ella trataba de salvar para la humanidad el último momento. Y miraba fijamente las luces de neón cifradas.
Quise acercarme y decirle algo. Darle las gracias por haberme despertado de esa tarde sin frío ni calor. Quise parame allí junto a ella y ser el coro. Deseé ser ella, deseé pasar de largo como si no la hubiera visto. Deseé volver mañana para comprobar si estaba. Quise cambiar mi cuerpo por una letra de neón en la azotea. Pensé en tirarme desde la azotea y que al reventar mi carne la alcanzara. Pero en n ningún momento aminoré el paso de mi marcha. Porque aquello que estaba sucediendo era algo excepcional.

Antes de perderme por las callejuelas alcancé a ver su mano cerrada. Dentro apretaba algo que me pareció un picaporte.

martes, diciembre 11, 2007

la carta

Desde todos los flancos nos están atacando. Casi tres días sin dormir. Sabemos que en algún momento entrarán y se acabó. A dormir, por fin. Todos están aquí, cerca de mí, estoy más solo que nunca. Escribí una carta hace días y me pregunto si llegará a tiempo . A tiempo, de qué. Tenía que haber borrado algunas cosas. Cosas que ahora no diría. La escribí con manos seguras. Me veo hacerlo, en una mano el lápiz , el trazo transparente y firme. En la otra un puñado de arena se dejaba llover entre los dedos. Cada palabra desbrozada del campo de las posibles, calculadas para que cayeran sobre la hoja , y nunca sabrás que fue rubricada como un bodegón de estudio. Dos puertos vacios van a leerme y tras sus soportales pedirás explicaciones que ya no podré darte. Esa no es la carta, no la reconozco, es una carta extranjera y necesita traductor. Llevo tres días sin dormir. No quedaba papel y me las ingenié aprovechando tu ultima misiva . Pisando tus palabras están las mías. Entonces, hace apenas unos días, me pareció un juego , hacer coincidir la ese de tu beso con el sofocante calor en el frente. Estirar mi ele hasta alcanzar la tuya en unos labios que caían en lo lamentable de nuestra situación. Me atreví a profanar la inclinada cruz de tus explicaciones con mis excusas. Y para ello, para que todo cuadrara, para que cada pensamiento tuyo encontrara su molde en el mío, te mentí. Dibujé contrafiguras para provocar tu desconcierto. Me deleité imaginándote parpadeando confusa , en tus manos, el mismo papel que salió de tus manos, mis nombres translúcidos en litera con los tuyos. Sonreía con sólo intuir tu perplejidad. Ya habría tiempo para las aclaraciones, para la risa que remonta el recuerdo. Sabemos que están cada vez más cerca. Algunos de mis compañeros se han quitado el reloj para no mirarlo. Este banal gesto los acerca aun más. Mis ojos soportan mal esta agónica luz pero mi mente está clara. Tu fotografía ha cambiado. La inmanencia de estas últimas horas ha convertido esta trinchera en un mausoleo de piedra , mientras , a tu rostro le suceden incontables rostros. Los de ayer, pero también el que enmascara al fondo de esa mirada agreste el día postrero en que te anuncien mi sueño congelado en estas tierras de nadie. Hay un hombre acurrucado en una esquina, aquí ya todos los espacios se doblan sobre nuestros exhaustos cuerpos . He visto caer hombres como cosas. Llevo tres días sin dormir. Despierto , no despertaré más. Cuando leas mi carta verás las sombras que los pliegues dibujan, en ellos, en lo que no está escrito, hallarás la verdadera escritura. Mira atentamente estos silencios , acerca tus ojos al silbido del papel al contacto de tus manos recogiendo el relevo de tus manos. Pega tus oídos a las palabras tachonadas con grafito. Relee el impulso de las primeras intenciones y trázalas en un mapa ciego. Yo, por mi parte, desde aquí te reescribo al dictado de mis ojos despiertos de tres días .

autovía

No estoy segura de lo que ocurre , vamos despacio por la autovía, parece que hay retenciones, quizá algún accidente. Siempre cuando salgo de esta ciudad el cielo se muestra imponente. Se muestra que me crispa los ojos de tan bonito. Se muestra como si fuera a explotar de un momento a otro conmigo dentro. Como si no me conociera de nada. Como si no planeara sobre mi cabeza. A su aire. Paseando la distancia que nos separa. Aprovecha para montar el espectáculo justo cuando me estoy yendo. Se recorta en los edificios a los que mete mano la luz, nada de manhathans de postal. Es la hora punta del detalle, de las fachadas iluminadas a linterna. Es la hora de sacar a relucir la oscuridad. Luces que no se quedan, que rebotan inmisericordes en el ojo del que se está yendo, para que le acuda la idea de la traición. Como diciendo que las casas se quedan porque no tienen pies, porque son un poco vegetales, y un poco paisajes también, para que te hagas una idea de conjunto . Una impresión.
Cuando salgo de esta ciudad y el cielo se muestra imponente noto el peso de container de toda esa humanidad que se queda. Imagino a bulto las vidas. Sin presentación previa me caen flashes de vidas a bocajarro. El colmo
de mi decadencia es cuando acompaño ventanilla y música. Como ponerle banda sonora a la respiración. Le doy al botón y Tom waits se pone de parte del cielo. Las voces grabadas también corren el riesgo de regar tierras baldías , de ser plañideras a cobro revertido, de usarse a conciencia para tunear un momento. Y o en el fondo lo sé, pero en la superficie manda la piel enfebrecida por el sonido y este cielo imposible.
Parece que no nos vamos nunca. Que este irse se prolongará en un circuito de memoria . No sabría decir en qué instante llegó la noche. Porque aquí sigo sentada y mirando , sin moverme apenas unos centímetros para enderezar la espalda. Quieta en el asiento del coche me alejo de la ciudad. ¡Qué visión futurista ir sentada!. Qué visión futurista las palabras eléctricas en la noche . Contrachapados, muebles de ocasión, taller mecánico, volvo, golosinas y frutos secos, A3 salida a Madrid. Empiezo a imaginarme el camino sin carteles. Y voy para atrás donde dejé el cielo, me adentro de nuevo en la ciudad. Y la veo sin palabras. Nada indica con signos.Todo está aparentemente igual , casas, cines, comercios. Todo es lo mismo, pero las letras que nombran no están. Un cartel de una película sin título.Un restaurante sin carta. Miro la Coca cola sin nombre .Dentro de las casas tampoco hay nada escrito. Estoy cerca del miedo. La ciudad suena muda.
Nos vamos . El tráfico es ahora más fluido. Yo vuelvo de mi cabeza. Miro por la ventana. Fuera todo es oscuridad.

viernes, diciembre 07, 2007

época de escasez

Era un” niqui” de algodón, cien por cien, Con cuello polo azul marino y el cuerpo listado de franjas amarillo yema y azul cuello. De manga corta. Era un niqui de verano pero no de cualquier verano . De ese y no de otro. “No recuerdo la fecha. Tampoco hay mes. El demonio sabe lo que pasa.” , habría dejado escrito algún loco gogoliano en su diario,

En épocas de escasez es más fácil uniformarse .

Yo podría ser otra, pero me voy a aventurar confeccionando un traje con las medidas tomadas de una cinta de metro agrietada y numeración borrosa en no recuerdo la fecha, tampoco hay mes. El demonio sabe lo que pasa.

Yo, que ya tengo el traje cortado y no
queda remedio, explicaré que lo ví por primera vez tendido al sol. Me gustaría recordarlo ondeando como una bandera al viento, elevándose como flotando y volviéndose a posar como pluma que nunca encuentra el apoyo final. No hay pluma tendida. Si cierro los ojos lo veo así, así lo recuerdo. Verano, todo inmóvil, un calor de justicia (nunca entendí ) , el niqui de rayas recién pinzado en la terraza, el niqui haciendo el pino invisible. No hay leyes en la física que permitan ondear como pluma un polo algodón cien por cien en un tórrido verano inmóvil .Así que ahora recapacito y pienso que quizá vemos lo que imaginamos y no otra cosa, por mucho que la naturaleza se empeñe en formalizar nuestras recapitulaciones. Así pues, yo lo ví por primera vez colgado boca abajo y automáticamente pensé en su dueño.

Todas las palabras me sobran para lo que vino a continuación.

Yo, la del traje improvisado , tenía un vecino con una terraza enfrente, con un niqui polo rayado y colgado.
Yo, fecha, mes y diablo, andaba endemoniadamente volátil y por parecerme aun más al modelo dispuse en mis intenciones comprarme y ponerme idéntica prenda.
Yo, vigilaba. Y en las lindas mañanas de aquel indocumentado verano salía de paseo con mi niqui cien por cien algodón rayado en amarillos y azules polo. Y si por casualidad me cruzaba con el dueño de mi doble el corazón se desbocaba.
Yo resolví tender mi niqui en mi terraza de forma simultánea, y la estampa, ahora que lo pienso, era dantesca. Dos” niquis” de algodón, cien por cien, Con cuello polo azul marino y los cuerpos listados de franjas amarillas yema y azules cuellos. De mangas cortas. dos niquis de verano pero no de cualquier verano . Recién pinzados en la terraza, haciendo el pino invisible. Ondeando como plumas en un tórrido verano inmóvil .Colgados boca abajo . Pensé en sus dueños.


En épocas de escasez es más fácil uniformarse .

Yo, colgada y prendada, imaginé el ardid más loco para que me viera.
Disfrazarme de lo mismo.

lunes, diciembre 03, 2007

No quiero que mis palabras bomba lleguen a su destinatario. Terminaré lanzándolas , escupiéndolas , arrojándolas . Terminarán por salir, pero yo, he pensado, que voy a desviar su trayectoria. Para que caigan al mar, y exploten dentro del agua, mis palabras bomba. Tal vez morirán muchos peces de colores. Mas mis palabras serán burbujas silenciosas y no pasarán de la superficie.

sábado, diciembre 01, 2007

Se quedó absorto , los ojos en el mármol negro, como si cayeran a un pozo. Sus dedos dibujaban círculos sobre la aciaga piedra, estaba dentro y fuera de lo que ocurría.