las palabras nos afectan. Pienso, a veces, en una escritura indolora. Escapar del peso a plomo, manoseado, de algunos nombres. Refugiarse del tiempo que vierte en la arena, en puñado de sombra tras el cristal acontecido. Y nos es devuelto el desierto a la frase. Bajo la contingencia de un deseo atávico. Así huir de la palabra amor y de la periferia de sus vocablos, que con una veladura impregnan cada búsqueda. Imaginar al escritor, pobre diablo, enguantado en pura lana virgen , lápiz en mano, y unas flores de plástico que amortajan el texto. El rostro atrás.
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