18:44:46
La ví por primera vez en medio de la plaza, la cabeza erguida sobre las luces de neón, los brazos caídos, cualquiera al verla así habría pensado que estaba perdida. Ningún detalle en el que se pudiera intuir que esperaba. Ni un giro rápido a la muñeca buscando las razones de la tardanza. Ningún disimulo en su esfinge para espantar la extrañeza provocada en los transeúntes que la esquivaban al cruzar. Ni un solo movimiento que arrancara desde fuera la sensación de que en cualquier momento echaría a andar y partiría alejándose por las callejuelas. Allí estaba por primera vez como si hubiera estado siempre.
Si hubiera llovido , sus ropas rocosas , su cara de niña desteñida , su pelo lamido por el agua que sobre ella se cebaría en torrente, habría dejado fugar en nuestra expectación el apelativo de loca. Loca de atar.
Si por el contrario un calor sofocante hubiera caído esa tarde con la lentitud de quien todo alcanza , su cuerpo parecería un frágil terrón de arena a punto de desmembrarse, sus ojos se verían ciegos y al mirarla desearíamos que en esa misma huella que ocupaba su planta heroica se construyera una fuente. En memoria de la sed que nos provoca mirar. La mirada como escaparate sin escapatoria. Sin duda una chiflada.
Pararse en un clima extremo no parece lógico. Lo razonable es buscar refugio y que el agua y el fuego te encuentren huyendo. Pararse puede ser una provocación a las leyes que rigen la naturaleza, un acto subversivo. Un gesto chulesco. Por eso cuando la vi por primera vez en medio de la plaza pensé que era una orquesta tocando el día del juicio final. De su figura vertical brotaban trombones, flautas y violines. Su cuerpo entero era un tallo de cuerdas y vientos. Como una silla de yemas insurgentes en el trópico intentando echar raíces. Mientras los ciudadanos hormigueábamos sobre el asfalto ella trataba de salvar para la humanidad el último momento. Y miraba fijamente las luces de neón cifradas.
Quise acercarme y decirle algo. Darle las gracias por haberme despertado de esa tarde sin frío ni calor. Quise parame allí junto a ella y ser el coro. Deseé ser ella, deseé pasar de largo como si no la hubiera visto. Deseé volver mañana para comprobar si estaba. Quise cambiar mi cuerpo por una letra de neón en la azotea. Pensé en tirarme desde la azotea y que al reventar mi carne la alcanzara. Pero en n ningún momento aminoré el paso de mi marcha. Porque aquello que estaba sucediendo era algo excepcional.
Antes de perderme por las callejuelas alcancé a ver su mano cerrada. Dentro apretaba algo que me pareció un picaporte.
Si hubiera llovido , sus ropas rocosas , su cara de niña desteñida , su pelo lamido por el agua que sobre ella se cebaría en torrente, habría dejado fugar en nuestra expectación el apelativo de loca. Loca de atar.
Si por el contrario un calor sofocante hubiera caído esa tarde con la lentitud de quien todo alcanza , su cuerpo parecería un frágil terrón de arena a punto de desmembrarse, sus ojos se verían ciegos y al mirarla desearíamos que en esa misma huella que ocupaba su planta heroica se construyera una fuente. En memoria de la sed que nos provoca mirar. La mirada como escaparate sin escapatoria. Sin duda una chiflada.
Pararse en un clima extremo no parece lógico. Lo razonable es buscar refugio y que el agua y el fuego te encuentren huyendo. Pararse puede ser una provocación a las leyes que rigen la naturaleza, un acto subversivo. Un gesto chulesco. Por eso cuando la vi por primera vez en medio de la plaza pensé que era una orquesta tocando el día del juicio final. De su figura vertical brotaban trombones, flautas y violines. Su cuerpo entero era un tallo de cuerdas y vientos. Como una silla de yemas insurgentes en el trópico intentando echar raíces. Mientras los ciudadanos hormigueábamos sobre el asfalto ella trataba de salvar para la humanidad el último momento. Y miraba fijamente las luces de neón cifradas.
Quise acercarme y decirle algo. Darle las gracias por haberme despertado de esa tarde sin frío ni calor. Quise parame allí junto a ella y ser el coro. Deseé ser ella, deseé pasar de largo como si no la hubiera visto. Deseé volver mañana para comprobar si estaba. Quise cambiar mi cuerpo por una letra de neón en la azotea. Pensé en tirarme desde la azotea y que al reventar mi carne la alcanzara. Pero en n ningún momento aminoré el paso de mi marcha. Porque aquello que estaba sucediendo era algo excepcional.
Antes de perderme por las callejuelas alcancé a ver su mano cerrada. Dentro apretaba algo que me pareció un picaporte.
2 Comments:
TU DESCRIPCIÓN ME RECORDABA A LA FIGURA DE UNA GARZA GRIS, DE MIRADA PERDIDA, PERO SEÑORA DE SUS ACTOS Y DE SU CONCIENCIA, QUE PARABA EN LA PRESA DEL RÍO CADA OTOÑO.
MIRANDO ESA GARZA YO SENTÍ TAMBIÉN QUE ESTABA DESPIERTA, INCLUSO QUE YO ERA ELLA
me encanta cómo escribes, cuando llego a entenderte.
no siempre entiendo lo que quieres decir, pero cuando te entiendo, me siento bien
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