escena final del gabinete del doctor caligari
En las eras aun pueden verse las desvencijadas ablentadoras, el abandono de la máquina que esparce al viento el pan labrado. Desde el círculo trazado sin un centro, desplazado, emerge la diosa razón. Otra Grecia toca la música del silencio y posa sus dedos sobre el teclado vacío, como un gould frente al mar, combate su miedo en el metal del coche, antes del concierto, el viento y el repaso invisible de las notas. La silla de mil respaldos. El repaso invisible de los dedos entre las flores del nostálgico logos, ¡temed su despertar al sueño! Nada podéis decirle al amante de lo que fue su crimen, nada que no perpetúe su hambre en la noche occidental. De entre todas las arquitecturas desbocadas de la historia del sonámbulo, sólo una se erige bajo la simetría de tres arcos perfectos, es aquella que habita el hospital de los insanos. Es este el último refugio para quien cuenta lo sucedido y dice de ello que fue real.
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