cousteau-cocteau
Erais fugitivos antes de comprar la tele a color. Tan pronto como aparecían los peces de Cousteau os sumergíais en el sillón para ver los anillos de coral, las medusas elevándose. Estabais muy cerca de ser como ellas, muy cerca de habitar un oscuro y silencioso mundo submarino. La arqueología de estos primeros encuentros se pierde en los cristalinos espacios del monte de Hollywood de los años veinte. Ayer hablamos de ello, de la fulgurante y enmascarada realidad nacarada de salones y rizos áureos. Del poder anestésico de la luz, de su poder evocador extrañamente desprovisto de modelos. Os veíais allí más que en ninguna otra parte, dados a la fuga de vuestra carne, aplazadas todas las metas en la hondonada que vuestros cuerpos gravitaban en un “ya me fui”. Pensabais después las peceras como en la caja más triste, a pesar de arrastrar vuestra mirada con ellas, enganchados al baile lento y perpetuo de los ojos telescópicos , de la escama perlada, del luchador de Siam y las cebritas. No sois ya Orfeos de este mundo. Cabalgáis errando por la sombra de una pantalla de agua color, como cuando erais fugitivos. Y todo lo furtivo quedaba detrás de este mundo extraño. Fluye vuestro tiempo como se escapa el mío, a raudales.
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