miércoles, marzo 05, 2008

verse

Imán estaba sentado en el borde de una piedra y miraba una fila de hormigas . El hombre es el único animal que pasea, se podía leer en el rastro que estas dejaban en la arena. Se adentró en la estela, en el filo que dejaba la última palabra escrita y se dispuso a seguirlas. Tuvo un impulso ciego, simplemente se levantó, se puso a cuatro patas y caminó adentrándose en los huecos de aquella diminuta procesión. Al llegar cerca de la casa escuchó voces en el interior .Desvió su trayectoria y subiendo por las hojas de la madreselva se encaramó al quicio de la ventana. El editor estaba sentado frente a la mesa negra del despacho y alguien le escuchaba de espaldas sentado sobre una silla giratoria.
_Eso no es lo que quiere oír la gente de la calle.
_Está terminado, no voy a cambiar nada.-susurró una voz desde la oscuridad del respaldo.
_ ¿me has hecho venir hasta aquí para decirme que no vas a modificar nada?
-No, la razón es otra, quiero que veas algo que he encontrado en el jardín. Acompáñame.
Imán tenía el torso inclinado hacia delante y se apoyaba en una piedra labrada que había en el suelo. Parecía absorto en algo invisible que se hallara bajo sus pies. No vio ni escuchó al editor y a su acompañante cuando se detuvieron frente a él.
_ ¿lo has visto? Pero eso no es todo, eso no es lo peor. Comprenderás ahora por qué el manuscrito tiene que quedar como está.
Una salamandra muda se movió unos milímetros pegada a la pared. El aire se levantó y dejó caer los largos cabellos de Imán sobre sus ojos. Con un sencillo y lento gesto retiró de su visión el mechón que le impedía ver y continuó observando el suelo de arena blanca.
La conversación parecía haberse detenido, pero en la fina película de polvo que envolvía y surcaba los tomos de los libros de la estantería parecía flotar el peso incontrolado de las palabras que se habían callado. La obscenidad de estas voces inauditas se hizo más densa conforme el reloj de la pared adelantaba su manecilla. A través del cristal, Imán miraba ese silencio con sus propios ojos. Se adentraba en él. Su cuerpo entero era un fonendoscopio invertido para el que todo lo inaudible tomaba forma para verse.
Estaba escrito que Imán se vería sentado en el filo de la piedra y que su pensamiento quedaría prendido del mismo aire que lo desvanecía. Y que aun por tierra se sobrevolaría hasta alcanzar la ventana. Y ni allí podría escapar de la oscura visión de verse a sí mismo, sentado en la silla giratoria. Estaba escrito que vería su espalda apoyada sobre el negro respaldo, como apoyado estaba allí mismo en el filo de la piedra labrada. Estaba escrito que adivinaría de forma simultánea el silencio de la salamandra y la voz inexistente del editor surfeando los lomos de los libros. Estaba todo escrito y terminado, y no se podía cambiar nada. Tal vez, para reconocernos cierta libertad, preguntarnos por las razones
.