autobiografía de los jesusitos: jesusito 3
El ascensor panorámico está a punto de cerrarse. El panorama se lo ha tragado la ballena. Como en un gran estómago, las paredes del gran patio interior del hotel están cubiertas de enredaderas que caen por las balconadas. No puedo dejar de pensar que la vegetación que invade el artificio de lo urbano aparece como imagen recurrente en mis últimos escritos. Pensando en ello, “zizekando “superficialmente, el paisaje cinematográfico es el de una Metrópoli asolada en un tiempo futuro, las calles desiertas, la naturaleza devorando el cemento. Largas avenidas sin almas. Apresuradamente he conseguido alcanzar el ascensor antes de que las puertas se cierren. Dentro dos hombres de rasgos árabes me saludan cortésmente. Uno de ellos vuelve el rostro al salir y me clava su mirada de pozo ciego. Hace frío en la calle, protejo mi cuello con un pañuelo, hoy me puse el palestino. No para de llover, pero eso no me importa, paseo por la calle de los tristes y de allí me dirijo a la albacería. Han techado los callejones con plásticos para proteger la mercancía de la lluvia. Busco en el hormiguero algún gesto que delate alguna encubierta hostilidad en el día en que se celebra la toma de Granada. Seguramente miro al lugar equivocado. En la plaza del ayuntamiento todo estaba preparado y el pequeño grupo de skin junto a los furgones de la policía llevaron mi imaginación demasiado lejos. Lejos dos veranos atrás en Berlín, después fuimos a Cracovia y de allí al campo de concentración. Me costó decidirme, saber si era éticamente visitable, y ahora, detenida en el centro de la corrala del carbón, antigua hospedería de comerciantes, maravillada con la quietud de un lugar antaño tan bullicioso, repaso este sentimiento. Sí hay lugares donde se desvanece el nombre propio y el silencio llama sólo a todo lo que de común hay en nuestra humanidad. Lo más sobrecogedor de estos espacios de la historia es hallarlos vacios, porque los que por allí transitamos el turismo del tiempo y el hombre somos fantasmas reales, los espíritus del futuro visitable. Y por eso la hierba se lo come todo, y por eso no nos vemos cuando nos cruzamos, y por eso caen como piedras decadentes las cuentas del rosario en las puertas mecánicas a punto de abrirse o de cerrarse, las miradas inexplicablemente furtivas, los paseos por las calles que se empeñan en llamarse recordatorio, y por eso en descenso agolpado en la calle de las teterias me asalta la visita del mercado de artesanos en la plaza de Cracovia. Y de entre todas las cosas manufacturadas que allí se exponían compré una talla de madera policromada sin anatomía de colonia clásica , un faraón sedente sacado de quicio, un Dante a las puertas del infierno, un Jesusito crecido y venido a menos, un Jesusito inmóvil calibrando el destrozo. Y por eso cuando lo miro me asaltan los mercados y las hordas humanas por las pendientes, y los manifestantes y los nombres de las calles, y la vegetación tragándoselo todo, y el gran estómago del mundo vacío de almas, y la lluvia, y los patios y claustros que se miran en peonza, y los campos de concentración visitables,…y por eso las preguntas que vienen del futuro.
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