locus amoenus
Y salimos al jardín. Aún no habían llegado los locos sobre la mañana fría, lacerada de escarcha , los terrones en regulares surcos. El cielo estaba demasiado azul, ni un rasguño en él. Todo me hizo recordar lo que estaba por venir. Lo sucedido muchos años después, cuando rendido en la tierra irrumpió sobre lo azul un rostro contrapicado y me preguntó mi nombre. Yo, le dije, ¿y tú?. Magnolia, aclaró, como si fuera la misma naturaleza de la pregunta. No quise entonces escribirlo, pero ahora, que aún no ha sucedido, me propongo rastrearlo en este pequeño jardín del hospital psiquiátrico. … "él, que había osado desafiar las armas del todopoderoso, permaneció tendido y revolcándose en el abismo ardiente ….” Dentro de un tiempo ataré cabos. Se anudarán en la noche, cuando dormidos mis ojos bailen sobre los párpados. " La potestad suprema le arrojó de cabeza, envuelto en llamas, desde la bóveda etérea…” se oyó recitar a Eliseo que se acercaba como una sombra clara por el camino. Eliseo era un sabio, pero él no lo sabía. Se apostaba firme todas las mañanas frente a nosotros y nos miraba trabajar en el huerto.
_yo soy loco, decía ,pero no tanto como para cavar.”–y continuaba recitando a Milton.
…todos nosotros, perdidos en paraísos.
He llegado hasta aquí por una vana coincidencia, podría estar trabajando en los campos de Gaza, pero estoy aquí, cultivando hortalizas y podando rosales desarmados para que cuando tu vengas me encuentres ocupado en una hermosa tarea.
cita 54
“Fue mucho después cuando la luciérnaga levantó el vuelo. Desplegó las alas como si le hubiese ocurrido de repente y , un instante más tarde, ya estaba cruzando la barandilla y se sumergía en la envolvente oscuridad. Describió, ágil, un arco en torno al depósito, tal vez intentando recuperar el tiempo perdido y, tras permanecer unos instantes inmóvil observando cómo la línea de luz se extendía en el viento, voló hacia el este.
Aún después de que la luciérnaga hubiera desaparecido, el rastro de su luz permaneció largo tiempo en mi interior. Aquella pequeña llama, semejante a un alma que hubiese perdido su destino, siguió errando eternamente en la densa oscuridad de mis ojos cerrados. Alargué la mano repetidas veces hacia esa oscuridad. Pero no pude tocarla. Aquella tenue luz quedaba siempre más allá de las yemas de mis dedos.”
HARUKI MURAKAMI “Sauce ciego, mujer dormida” (la luciérnaga)
no quedan cerillas
A ver, pensó, qué tengo que llevar. No sabía cuánto tiempo estaría allí. En la pista de baile ella movía la cabeza de un lado a otro . Llevaba una hora en la misma posición. Las luces de colores golpeaban su cara y se colaban entre el cabello para alcanzar los ojos. El camarero recogía de la barra los últimos vestigios de la fiesta y parecía indiferente a su presencia. Como una parte más del mobiliario ella se fue quedando. La maleta completamente abierta y vacia sobre la cama, como una puta descarada que le gritara ,lléname y vete. Se sentó en el suelo y sacó una cajetilla de fósforos del bolsillo de la chaqueta, acercándosela al oído la agitó suavemente mientras escuchaba el interno y diminuto golpear de la madera. Abrió la caja y sacó una cerilla , prendiéndola con decisión. La sostuvo entre sus dedos, iluminando la parte superior donde aparecía el nombre de un bar. Con un movimiento rápido apagó la llama y repitió el gesto. Sacó una cerilla, la prendió, la sostuvo entre sus dedos, levantó la cabeza y se quedó mirando la maleta. Acababa , sin darse cuenta, de unir la llama extinguida, con el nombre rotulado, el lugar inscrito en el cartón de la cajetilla y aquella inercia desplegada sobre la colcha floreada. Ella estaba en el centro de la pista, su cabeza iba y regresaba tan lentamente ahora que parecía estuviera bailando una nana frente a la cuna. Sus pies permanecían pegados al suelo, y sólo su pelo acompañaba en olas que llegan muertas a la orilla a su cabeza ralentizada. Cabeza borradora. Qué tengo que llevar, se preguntaba mientras las horas iban cegando la habitación y ya no quedaban cerillas.
visiblemente oculto
Visiblemente oculto escribía. El calor, el olor azulado de las horas estivales, la luz en celo con la tarde, las niñas jugando en el suelo de la habitación. Han abierto un cajón, han abierto una caja, han abierto un estuche... Se han reído poniendo caras dentro del espejo, y luego, una de ellas ha maquillado a la otra, primero la sombra en los ojos, el rosado pómulo, el carmín en los labios. …Y las ventanas abiertas en verano, metiendo sus fauces para sacarte. Se escuchó una comparsa que se alimenta de pasos.
Visiblemente oculto escribía. En su escondite jugaban. Ella se pintó la cara como si fuera mayor. Un ruido creciente en la calle la despertó y la trajo de lejos. Bajó corriendo las escaleras, saltándolas de dos en dos como si fuera pequeña. La música le llama y por eso, sin pensarlo, corre a la calle.
Los soldados, la música, la luz, han tomado las calles de París. Han tomado el centro de la calle y sobre él marcan negras y rítmicas sus botas la victoria. Como un río verde al que todos los animales de la orilla quieren seguir.
Corre y salta por la acera, divertida siguiendo la marea humana que camina y se detiene a ver el desfile. Los tambores le llaman y le llaman y le llaman. Ella corre y salta por la acera divertida.
Visiblemente oculto escribía. Todo el movimiento sonoro, toda la luz, todo, ha quedado suspendido en el aire. Nada se mueve, el tiempo contiene su respiración. Este fue el último movimiento: una mano extendida hasta las vísceras le ha cruzado la cara.
Una mano vigía de madriguera le ha cruzado la cara. Y le ha preguntado sin esperar respuesta por su cara de payasa. Y le ha echado sobre las recientes huellas todos los ojos de la calle. Todos los ojos del desfile, todos los ojos de París.
Tan lentamente como la sangre resucitaba su rostro, se veía en él dibujado las sombras olvidadas de los ojos, el pómulo rebasando la carne, los labios abiertos y asombrados al recordar, de un golpe, el juego inocente en su retina.
Olvidado por completo, su cuerpo, en el escondite de las cajas y los juegos, dentro de la casa, antes de salir corriendo. Lo había olvidado. Una mano filial y nocturna que vino a despertarla.
Visiblemente oculto escribía.
cuerpo de letrista
Tiene una mordedura de palabra en el pecho. Ayer la llevaron al campo pensando que lo que necesitaba en esos momentos era respirar. En el trayecto que separa su casa del bosque uno de ellos dijo que no parecía consciente, que su mirada se perdía en la espesura. Pero yo vi reflejado en el espejo retrovisor cómo reía silenciosamente. Su sonrisa intravenosa lo decía todo. No era el gesto desquiciado de quien viene de lejos y no encuentra el portal del hogar. Era más bien una tranquila y solemne rendición. Era, sin duda, la plácida caricatura del rendido .Entré en silencio en la habitación con el ánimo de no despertarla. Me apoyé en la pared y la miré mil años. Sin abrir los ojos, pero segura de mi presencia de contramuro me dijo que yo era lo más volcánico que había pasado por allí. Pensé que deliraba pero preferí equivocarme. Así que tomé un libro de la biblioteca, me senté a su lado y comencé a leerlo en voz alta. Se trataba de una extraña antología con letras de canciones que habían sido cantadas sólo una vez. Los temas eran muy diferentes, pero en un momento de su lectura me di cuenta de que en todas aparecía la palabra “cuerpo”.
… los cuerpos cosechados , y los días………
verse
Imán estaba sentado en el borde de una piedra y miraba una fila de hormigas . El hombre es el único animal que pasea, se podía leer en el rastro que estas dejaban en la arena. Se adentró en la estela, en el filo que dejaba la última palabra escrita y se dispuso a seguirlas. Tuvo un impulso ciego, simplemente se levantó, se puso a cuatro patas y caminó adentrándose en los huecos de aquella diminuta procesión. Al llegar cerca de la casa escuchó voces en el interior .Desvió su trayectoria y subiendo por las hojas de la madreselva se encaramó al quicio de la ventana. El editor estaba sentado frente a la mesa negra del despacho y alguien le escuchaba de espaldas sentado sobre una silla giratoria.
_Eso no es lo que quiere oír la gente de la calle.
_Está terminado, no voy a cambiar nada.-susurró una voz desde la oscuridad del respaldo.
_ ¿me has hecho venir hasta aquí para decirme que no vas a modificar nada?
-No, la razón es otra, quiero que veas algo que he encontrado en el jardín. Acompáñame.
Imán tenía el torso inclinado hacia delante y se apoyaba en una piedra labrada que había en el suelo. Parecía absorto en algo invisible que se hallara bajo sus pies. No vio ni escuchó al editor y a su acompañante cuando se detuvieron frente a él.
_ ¿lo has visto? Pero eso no es todo, eso no es lo peor. Comprenderás ahora por qué el manuscrito tiene que quedar como está.
Una salamandra muda se movió unos milímetros pegada a la pared. El aire se levantó y dejó caer los largos cabellos de Imán sobre sus ojos. Con un sencillo y lento gesto retiró de su visión el mechón que le impedía ver y continuó observando el suelo de arena blanca.
La conversación parecía haberse detenido, pero en la fina película de polvo que envolvía y surcaba los tomos de los libros de la estantería parecía flotar el peso incontrolado de las palabras que se habían callado. La obscenidad de estas voces inauditas se hizo más densa conforme el reloj de la pared adelantaba su manecilla. A través del cristal, Imán miraba ese silencio con sus propios ojos. Se adentraba en él. Su cuerpo entero era un fonendoscopio invertido para el que todo lo inaudible tomaba forma para verse.
Estaba escrito que Imán se vería sentado en el filo de la piedra y que su pensamiento quedaría prendido del mismo aire que lo desvanecía. Y que aun por tierra se sobrevolaría hasta alcanzar la ventana. Y ni allí podría escapar de la oscura visión de verse a sí mismo, sentado en la silla giratoria. Estaba escrito que vería su espalda apoyada sobre el negro respaldo, como apoyado estaba allí mismo en el filo de la piedra labrada. Estaba escrito que adivinaría de forma simultánea el silencio de la salamandra y la voz inexistente del editor surfeando los lomos de los libros. Estaba todo escrito y terminado, y no se podía cambiar nada. Tal vez, para reconocernos cierta libertad, preguntarnos por las razones.